SOÑAR CON TODO

Recuerdo ser un niño de escasos seis años y soñar con todo, cuando digo todo me refiero a TODO, digamos que entre los cinco y los siete años hay mas de mil noches, ¿correcto? Son suficientes para tantos sueños como las historias de Scheherezade, y yo soñaba todo, desde canciones, combates, juegos, historias, sentimientos, pinturas, laberintos, paseos, tesoros, lo que se te ocurra te puedo asegurar que yo lo soñé a esa edad, aventuras de vaqueros, soldados, hombres en el espacio, hasta cosas vergonzosas e inconfesables para esa edad. El mundo era tan grande y alimentaba toda esa fantasía onírica irrepetible, siempre nueva, una antología de cosas y situaciones de las que me costaba trabajo despertar, me rehusaba a despertar, juro que si hubiera podido seguir en el sueño hubiera logrado asirme de un tesoro en mas de una ocasión, hubiera salvado el mundo, conquistado una cima, matado un dragón y llegado al espacio entre literalmente miles de aventuras, pero estaba ahi y siempre ha estado ahí el despertar, que hasta la fecha me ha impedido desposar a la mujer mas bella, caminar con mi padre por el parque, salvar mascotas, construir mansiones, y llevarme las manos llenas de oro o asirme del vestido de una doncella que fugaz, desaparece con la alarma de un despertador.

Es una costumbre difícil de dejar, el sueño está ahi, pegado a los párpados, al interior, esperando la embriaguez del cansancio, al acecho de sentir la cabeza pesada y el abandono de la fuerza física al abrazo de una almohada. Ahí pasan los grandes conciertos, grandes músicos tocan y mi padre los escucha en un salón de Casablanca con Humprey Bogart, ahí permanece mi bicicleta chopper color naranja intacta, y mis amigos y yo jugamos corazones, ahi también se escucha el poema mas bello jamás escrito, en el que la pesadilla encuentra redención y en algún momento nos rodea una dicha inmesurable, en ese mundo de sueños también he llorado, pocas veces, pero las lágrimas construyen, conmueven y logran el perdón, las lágrimas son reales y logran arrepentimiento y redención.

Y a veces quisiera sucumbir a esa tentación suicida de no despertar, porque finalmente fuí la persona mas feliz, tuve a la mujer mas bella, logré una enorme fortuna, mi madre vive por siempre y mi padre está ahí, oloroso a loción para después de afeitar, escuchando un disco de vinyl de Antonio Aguilar, complacido. No quisiera despertar, pero es imposible, todo se desvanece, a veces despierto roto por dentro, vacío, seco de lágrimas, viudo de abandono empuñando una sabana, aferrado a una almohada, herido de muerte, abandonado. Pero también eso se desvanece, el día lo arregla todo, casi siempre, la ducha despeja las nubes mas negras de mi cabeza y pueden pasar semanas sin que vuelva a mirar el mundo arder, sin caer al precipicio o sin llorar mi propia muerte.

A veces me ha salvado el sol, que literalmente cae sobre mi rostro. Y solo queda un deseo, el último del genio de la lámpara, la última cena de un condenado a morir al día siguiente, la plegaria que escucha inmóvil un moribundo, cuando me vaya no quisiera morir sin antes haber soñado una última vez el rostro de mi madre dibujando una sonrisa.

O puedo correr a verla en vivo, ahí está siempre, esperándome.

Eduardo Romero Camacho. Ciudad de México, Enero 2021.

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